Gestión de emociones, claves de acompañamiento desde una mirada respetuosa

La gestión de las emociones en nuestros niños, e incluso en la vida adulta, es un tema de especial importancia ya que de ello depende en gran parte la manera en que nos enfrentamos a los problemas y podemos vivir en plenitud. En los niños el panorama cobra especial importancia porque muchas veces se ven superados por sus emociones y como adultos llegamos a confundir éstas emociones con su comportamiento. Establecer límites en el comportamiento de los niños no significa que tengamos que establecer límites sobre lo que sienten.

No podemos evitar que los peques se enojen, pero podemos elegir cómo queremos ayudarlos con el enfado. Emociones como el enfado o la tristeza, son tradicionalmente reprimidas y vistas como algo que no se debe sentir o hacer. Muchas veces el escenario es tan desolador que llegamos a creer que ese llanto de enfado va a calmarse «si no le hacemos caso» y la verdad es que aunque el llanto cese, la emoción no y el niño simplemente tendrá el mensaje de que está solo con esas emociones grandes y atemorizantes, y será mejor que intente rellenarlas. Desafortunadamente, cuando los humanos reprimen la emoción, esas emociones ya no están bajo control consciente. Entonces saltan sin regulación, en un comportamiento no deseado.

Los niños no se desregulan porque «permitimos» sus emociones. Se desregulan cuando necesitan expresar una emoción pero no pueden y es ahí cuando todo este mar de emociones reprimidas saltan a la acción.

Entonces, desde nuestra madurez adulta, ¿cómo podemos apoyarlos? Negar la emoción o hacerlos sentir mal por tener emociones no nos ayuda a controlarlas, os ofrecemos algunas claves para poder trabajarlas.

Dar el ejemplo

Somos modelos a seguir. Enseñamos una autogestión emocional saludable al resistir nuestros propios «berrinches», como gritar. Tomamos un descanso para calmarnos y conectar con nuestro peque. Cuando gritamos, aprenden a gritar. Cuando hablamos respetuosamente, aprenden a hablar respetuosamente. Cada vez que modelas frente a tu hijo cómo evitar que actúes cuando estás enojado, tu hijo está aprendiendo sobre la regulación emocional. 

Conecta con respeto

Los bebés aprenden a calmar sus disgustos al ser aliviados por sus padres. Pero incluso los niños mayores necesitan sentirse conectados con nosotros o no pueden regularse emocionalmente. Lo más importante que podemos hacer es tratar de volver a conectarnos. Cuando los niños sienten que estamos pesentes en cuerpo y alma con ellos, desean cooperar.

Le damos nombre a lo que sentimos

Aceptamos los sentimientos de nuestro peque y lo ayudamos a identificarlo, incluso cuando son inconvenientes. La empatía es nuestra gran aliada y si se convierte en nuestra respuesta frecuente para con nuestro hijo, éste aprende que es totalmente lícito tener emociones y que éstas no siempre se sienten bien, esto permite que acepte esas emociones y eventualmente pueda procesarlas en lugar de reprimirlas o rellenarlas que es cuando se ponen más oscuras. Nuestro peque se sentirá entendio, acompañado y esto lo da bienestar, tanto, que es muy probable que coopere. Ya no tiene que gritar para ser escuchado. Cuando nuestro apoyo los ayuda a aprender que puede vivir a través de los malos sentimientos y que el sol sale al día siguiente, comienzan a desarrollar la capacidad de recuperación. Comienzan a desarrollar la resiliencia.

Orientación y acompañamiento positivo

Orientamos el comportamiento pero resistimos el impulso de castigar, gritar o humillar. Los azotes, los tiempos muertos, las consecuencias y la vergüenza no les brindan a los niños la ayuda que necesitan con sus emociones. De hecho, el mensaje que reciben los niños es que las emociones que los llevaron a «portarse mal» son malas. Es en éste momento cuando los niños tratan de reprimir esas emociones y su mochila emocional se llena aún más. Esa es una de las razones por las cuales el castigo lleva a una mala conducta: esos sentimientos siguen burbujeando fuera de la mochila emocional en busca de curación, y el pequeño desbordado, arremete contra el mundo. En lugar de castigar, ayudemos a nuestros peques con guía positiva, a ponerle nombre a lo que sienten.

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